Sant Martín es, sin duda, uno de los santos más populares del calendario. Su arco disipa las tormentas del cielo catalán y su "veranillo", según una leyenda catalana, es una concesión que el Santo hizo a uno campesino de las afueras de Barcelona. Una vez, cuando todavía era soldado, se le presentó en la masía en un otoño muy helado. Fue acogido con toda afabilidad. Las quejas del campesino sobre los fríos prematuros, que estropean la cosecha, inclinaron al buen san Martín a hacer el milagro anual de dulcificar por unos pocos días la frialdad de noviembre.
Suplicio Severo, un aristocrático y culto discípulo del Santo, es el autor de la difundida "Vida de San Martín", de la cual podemos sacar datos relevantes. Hijo de un militar pagano de alta graduación, Martín nació el 336, escogió la profesión paterna y ascendió a oficial en una unidad de élite de la caballería imperial (cap.2,1-2). De estos tiempos de soldado es la famosa anécdota de la capa y el pobre: en el pleno de un invierno de rigor tan excepcional, que ya había causado muertes, se encontró en la puerta de la ciudad de Amiens un indigente desnudo; como no veía otro remedio, desenvainó la espada, se sacó el manto, lo rasgó en dos partes y dio una al miserable; aquella misma noche se le apareció Jesús en un sueño llevando este trozo de capa (cabe. 3).
Convertido al cristianismo, optó por una dura vida eremítica. La vacante de la sede episcopal de la notable ciudad de Tours ocasionó un increíble concurso de fieles no solamente de esta ciudad sino también de las vecinas. Con gran unanimidad el pueblo se declaró partidario del monje Martín: él era el más digno para el episcopado; ¡Feliz fuera la iglesia con un tal obispo! "Esta era la voluntad de todos, éste el deseo, éste el parecer" (cabe. 9, 3). Sólo un grupo muy reducido y algunos obispos, que habían hecho venir para la consagración episcopal, se opusieron enérgicamente arguiendo que no era viable que fuera elegido un personaje despreciable, de mal aspecto, sucio y despeinado. Pero el pueblo no cedió nada, ni pizca, replicando que este razonamiento era una tontería ridícula, y en consecuencia, como su biógrafo relata, "no resultó practicable nada más que hacer aquello que, por voluntad de Dios, el pueblo quería" (cap.9, 4).
Sant Martín fue, pues, consagrado obispo en unos tiempos en que a la comunidad local le era permitido designar quien tenía que ser su pastor. En realidad, su nombramiento representa uno de los últimos de este tipo, ya que el cargo episcopal pasó del todo a manos de los grandes terratenientes de la aristocracia senatorial y la aclamación popular se convirtió en puro formulismo. Más adelante, ni eso.
Ahora bien, la popularidad del Santo está más relacionada con su espada de soldado que con el báculo de obispo. Él fue especialmente venerado por las tropas francas que conquistaron la Catalunya Vieja y crearon la Marca Hispánica contra la invasión musulmana, base de la soberanía política de Cataluña.
La verdad es que la calidad de las espadas, las cotas de malla y el invento de las sillas de montar con estribos promovieron una caballería casi invencible. Però los buenos francos estaban convencidos que estos éxitos militares eran debidos a la protección celeste de sant Martín y por eso le dedicaron ermitas en todas las cimas de las montañas que ganaban. ¿Quién sabe? Sea como sea, bueno es encomendarse a este excelente Patrón a fin de que nos libere, no de los "moros", como antaño, sino de las insidiosas manipulaciones de la CEE contra nuestra Provincia Tarraconense.
Valentí Fábrega Escatllar, teólogo y filólogo.