Maria se pone en camino, montaña arriba, y llega a casa de Zacarías y Elisabet. Su presencia y su saludo son portadoras de alegría a todos los de la casa, incluyendo su hijo concebido y aún no nacido. Es natural que María experimentara la joya propia del encuentro entre familiares. Y, siguiendo la lógica de la fe, era feliz porque había creído. Seguro que todavía resonaban en su corazón las palabras iniciales del ángel en el episodio de la anunciación: << Alégrate, llena de gracia ! >>.
La presencia personal y el calor humano, perceptible especialmente en la proximidad, son motivo de alegría. Y lo es aún más -y nos introduce en otra dimensión- la visita que Dios nos hace a través de su Hijo Jesucristo, el Señor.
Una presencia que lleva al mundo la joya mesiánica.
Josep Casellas, en "La Hoja Parroquial", Diócesis de Girona, 23/12/2018