Si nos diéramos cuenta del tesoro que es rezar,
si pudiéramos medir el poder curativo de la plegaria,
si evaluásemos bastante su impulso vital,
intentaríamos tener cada día un rato contigo, Señor.
Rezar es hablar de la vida contigo,
es vivir la amistad más profunda y fuerte en la vida,
es saberse acompañado y estimado por ti.
Rezar es comunicarse íntimamente contigo, Señor,
es acariciar la propia vida en tu presència,
es reflexionar sobre tu mensaje, aplicado a uno mismo,
es dejar que el Evangelio se haga vida de mi vida.
La plegària es el regalo que vivimos tus amigos,
es la posibilidad de gozar de tu intimidad,
es la maravilla de sentirse entendido hasta el fondo del alma,
es el tesoro escondido que dinamiza la historia personal.
Rezar es hablar de todo contigo, Señor,
es saborear la confidencia de la amistad,
es reir juntos, llorar y contemplar acompañados,
sintiendo que la vida la vivimos de la mano de ambos.
Rezar con los hermanos es no ser hijo único,
es sentir que el corazón se torna fraterno,
es ampliar el sentir hasta hacerse universal,
es descansar contigo y sentirse animado a construir el Reino.
Rezar no es huir de la vida, sino implicarse,
no es mirar el cielo para evadirse de lo que pasa,
es ser más terrenal, más humano, más cercano;
rezar es dejar que tu, Dios,
lleves el timón de mi vida.
Juan Jáuregui