Vos nos digísteis que sois el camino
y nosotros somos peregrinos que caminamos hacia vos.
Resiguiendo los pasos de los que nos han precedido,
pisando tierra yerma o tierra fertil, andamos nuestro camino,
y vivimos experiéncias ya vividas antes
por vos mismo, o bien por vuestros discípulos.
En nuestros caminos de Herodes a Pilatos,
cuando somos víctimas de la incomprensión
y la falta de compromiso de los demás,
dadnos la furrza y la paz que vos mostrásteis.
En nuestros caminos de calvario,
dadnos coraje y serenidad esperanzada,
y bendecid los cireneos que nos ayudan por el camino,
a soportar nuestro dolor y a seguir avanzando.
En nuestros caminos de Emaús,
cuando no sabemos veros, a pesar de caminar a vuestro lado,
abridnos los ojos, para poder descubriros
en cada uno de nuestros compañeros de viaje.
Qeremos emprender nuestre camino de Damasco,
para que nuestra caída del caballo
nos despoje de nuestros poderes y vanidades
y nos haga vivir con coraje y alegría.
Y cuando llegue el momento, emprender el tramo final
que nos lleve al abrazo definitivo con vos,
con los ojos abiertos al “cielo y la tierra nueva”
que vos nos habéis prometido y nosotros esperamos.
(Extraído del “Full Parroquial”, núm. 4363, 12 de junio de 2011)