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Hoy es Domingo, el Día del SeñorDOMINGO DE RAMOS (A) Celebración a las 12:45 horas, cantada por los asistentes. Como siempre, os agradecemos vuestra participación muy valiosa. La comunidad cristiana de Sant Martí d'Empuries da la bienvenida y recibe con alegría a todos y cada uno de los visitantes y participantes de cualquier nacionalidad y religión. * * * ** Lectura de l'evangelio según San Mateo (Mt 27, 11-54) Jesús compareció ante el gobernador, quien le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Jesús respondió: «Tú lo dices». Pero nada respondió a las acusaciones que le hacían los sumos sacerdotes y los ancianos. Pilato le dijo: «¿No oyes todo lo que dicen contra ti?». Pero él no le respondió nada, hasta el punto de que el gobernador se quedó muy extrañado. Por la fiesta el gobernador solía conceder al pueblo la libertad de un preso, el que ellos quisieran. Había entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Pilato preguntó a todos los que estaban allí: «¿A quién queréis que os deje en libertad? ¿A Barrabás o a Jesús, a quien llaman el mesías?». Pues sabía que lo habían entregado por envidia. Estando en el tribunal, su mujer mandó a decirle: «No resuelvas nada contra ese justo, porque he sufrido mucho hoy en sueños por causa de él».Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente de que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús. Y al decirles el gobernador: «¿A quién de los dos queréis que os suelte?», ellos respondieron: «A Barrabás». Pilato les dijo: «¿Qué haré entonces con Jesús, a quien llaman el mesías?». Todos dijeron: «¡Que lo crucifiquen!». Él replicó: «Pues, ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte: «¡Que lo crucifiquen!». Viendo Pilato que nada conseguía, sino que aumentaba el alboroto, mandó que le trajeran agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Vosotros veréis!». Y todo el pueblo respondió: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos». Entonces puso en libertad a Barrabás y les entregó a Jesús, después de azotarlo, para que fuera crucificado. Luego los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron en torno de él a toda la tropa. Lo desnudaron, le vistieron una túnica de púrpura, trenzaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y una caña en su mano derecha; y, arrodillándose delante, se burlaban de él, diciendo: «¡Viva el rey de los judíos!». Le escupían y le pegaban con la caña en la cabeza. Después de haberse burlado de él, le quitaron la túnica, le pusieron sus ropas y lo llevaron a crucificar. Cuando salían, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y le obligaron a llevar la cruz. Al llegar a un lugar llamado Gólgota (que significa la Calavera) dieron de beber a Jesús vino mezclado con hiel; pero él lo probó y no lo quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos a suertes. 36 Y se sentaron allí para custodiarlo. Sobre su cabeza pusieron la causa de su condena: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Con él crucificaron a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban por allí le insultaban moviendo la cabeza y diciendo: «¡Tú que destruías el templo y lo reedificabas en tres días, sálvate a ti mismo si eres hijo de Dios, y baja de la cruz!». Del mismo modo los sumos sacerdotes, los maestros de la ley y los ancianos se burlaban de él y decían: «Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo. ¡Es rey de Israel! ¡Que baje de la cruz y creeremos en él! Confiaba en Dios. Que lo libre ahora, si es que lo ama, puesto que ha dicho: Soy hijo de Dios». Los ladrones crucificados con él también lo insultaban. Desde el mediodía se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde. Hacia las tres de la tarde Jesús gritó con fuerte voz: «Elí, Elí, lemá sabactani?» (que quiere decir: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?). Algunos de los presentes, al oírlo, decían: «¡Éste llama a Elías!». En aquel momento uno de ellos fue corriendo a buscar una esponja, la empapó en vinagre, la puso en una caña y le dio de beber. Los otros decían: «¡Deja! A ver si viene Elías a salvarlo». Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló y las piedras se resquebrajaron; se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de santos que estaban muertos resucitaron y, saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de Jesús, entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos. El centurión, por su parte, y los que con él estaban custodiando a Jesús, al ver el terremoto y las cosas que ocurrían, tuvieron mucho miedo y decían: «Verdaderamente éste era hijo de Dios».
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